miércoles, abril 23

# 130 Todo lo que digas puede ser usado en tu contra




Aqui vamos otra vez...
  1. mi retorno es al polvo
  2. Están un poco lanzadas mire
  3. tal vez sólo sea cuestión de recuperar eso que sentimos que no está más.
  4. un sex-tante, eso!
  5. no sé de que carajo me río!
  6. extraño la que fui
  7. al final se calienta como un tipo de 20
  8. por cierto... ud era un forro
  9. elevar la sangre es liberador, no?
  10. se te cayó una buena idea
  11. estoy bañada acaso???
  12. estos tipos de hoy, ya no son lo que eran
  13. Caracol, dígame... qué tal anduvo en "rogasmo" ?
  14. me devolvés mi DNI que se me cayó por acá?
  15. la ...o no la...????
  16. suéltelo al caracol
  17. tanto tiempo sin pasar por acá y cuando vengo me encuentro una orgía.
  18. con quien hay que negociar un rescate??????
  19. ¿Esto es el efecto de alguna dieta drástica???
  20. ¡Salgo tan pocoooooooooo!!!
  21. si se la froto el humo se va???
  22. verificaría que el mástil no es de marfil.
  23. el que está empaquetado sos vos
  24. agarrémonos de las manos y encomendemos nuestro frágil equilibrio mental a Freud, a Lacan a Dios, A Buda o a quien sea.
  25. yo por entierros no pago...
  26. el tiempo me ha enseñado a contestar en los mismos términos de necedad que los demás...

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jueves, abril 17

# 129 Piedad !!!!!!




Dice una vieja leyenda marinera que si necesitás viento, si la calma chicha amenaza tu travesía, si estás aburrido al ver flamear las velas... solo tenés que invocar a Poseidón, el poderoso Dios de los Mares.

No es decoroso hacer una imitación de la danza de la lluvia, amén de no ser coherente con la rudeza de caracter de los viejos lobos de mar.
Es facil, solo hay que rascar tres veces el palo (mastil) del barco e invariablemente responderá a tu llamado.

Debo admitir que en distintas oportunidades sucumbí a la tentación.
En general no dió resultado, hasta que a principios de los Noventa volviendo de Colonia se generó un Pampero de aquellos que nos hizo saltar cuatro horas entre olas no muy amables.

Desde ese día y pese a no ser supersticioso... decidí no joderlo mas.

Hoy, ya harto del humo, de ese asqueroso olor a ceniza que invade todo, estoy por invocarlo nuevamente...
Se que no es prudente, pero prefiero un Huracán grado 7 que seguir así.


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jueves, abril 10

# 128 Deuda

No me olvidé, bien lo sabés.
Por lo que, aunque tarde, va un regalito virtual, como siempre.

No fué hace tanto, o si ?

En fin, mi regalito es repetir acá lo primero que escribí, en tu casa.

Un manto de grises nubarrones amenazaba el cielo montañoso.
Las pequeñas barcas de pescadores con sus velas blancas surcaban las aguas rumbo a puertos seguros, esa noche el viento se tornaría helado.
Algunos turistas gozaban del espectáculo en un bistró sobre el mar, tomando chocolate caliente con vainillas, escuchando el crepitar de la leña en la chimenea a la par del murmullo (mas tarde un rugido) incesante de la rompiente. Se imponía la voz de un argentino que añoraba un suculento manjar de su lejana y salvaje tierra, llamado dulce de leche.
En un rincón, El Hombre movía el ultimo hielo de su vaso de escocés con un solo dedo. Su porte era poderoso, su cara patricia estaba surcada por las arrugas, como si fuera el viejo clown de un circo gitano, obligado a mostrar una eterna sonrisa, sin importar que fantasmas lo perseguían.
Todos sabían quien era, en que avión llegó y en cual partiría rumbo a La Capital cuando sonara el teléfono.
Cuando finalmente se paró su espalda sonó como una madera del viejo muelle al astillarse.
No era una visión agradable, todos sabían que El Hombre tenía la soga al cuello. Su carrera política había terminado con un escándalo, y los días por venir estarían poblados de facturas por pagar a lo largo de una vida turbulenta.
Que triste espectáculo sería ver al otrora poderoso primer ministro inclinarse ante la prensa, los jueces de La Republica y sus adversarios de siempre. Sin embargo la plebe acudiría, ávida de sangre, deseosa por comprobar la caída y muerte de El Hombre, juguete de su destino implacable.
Y todo por una simple mujer, él había perdido el poder, la gloria, el bronce mismo, todo por una tenue damisela de La Ciudad Costera. Ni joven ni vieja, no era tan bella para perdonarlo, no era tan rica para envidiarlo, no tenía nada mas que un brillo especial en sus ojos verdes y una sonrisa tranquila.
Dejó sin mirar unos billetes sobre la mesa, sin esperar el teléfono se fue con una sonrisa enigmática. En su bolsillo apretaba con vehemencia un guante de mujer, pequeño y perfumado, murmuraba muy suave un nombre: Sofía.



Besos de humo compartido.

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