miércoles, marzo 12

# 127 Culpa



Puedo decir que es mi culpa. O tuya.

Atribuirlo al clima o al mal funcionamiento de los trenes suburbanos.

Pero, lo justo es justo, la culpa es de Quique.

El pelotudo de Quique que promete –una vez mas- las cosas a sabiendas que no honrará la palabra empeñada.

“Seeee, pibe, vos fumá. Si Quique dice que el coche va a estar para el Lunes... el Lunes Caracol se va de acá con el coche en perfecto estado.”

El Lunes en cuestión, hoy, el auto está igual que el Viernes a la tarde. No arranca debido a que el inyector no condensa ... y bla bla bla.

No hay auto.

Puteo a sabiendas que es al pedo y camino las cuatro cuadras hasta la estación disfrutando la tenue llovizna.

Llego al andén al mismo tiempo que el tren -"la formación"- y subo a presión por la puerta del fondo del último vagón.

En la siguiente estación subís vos, con ropa bastante formal de color azul.

Vos y mil mas.

Una estación mas y la presión es imposible, quedamos cara a cara, tus enormes ojos violetas a centímetros de los míos.

¿Puedo cambiar de opinión? La culpa es de tus ojos. Te traicionan, por una mínima fracción de segundos te dejan en evidencia y puedo ver tu alma.

El clima en el tren es opresivo, muchos cuerpos, mucha humedad, poco aire.

Una voz monocorde y mecánica avisa que ante desperfectos técnicos el tren -“la formación”- estará detenido por 35 minutos.

La gente resopla, se queja, se mira y calcula como aguantar esa aplastante situación, como seguir respirando el aire viciado por el tedio y el embole.

Yo, ausente, te miro con deleite y descaro.

Y tus ojos, fijos en mi.

No se como, soy conciente de todo tu cuerpo cerca de mí, tus curvas apenas escondidas, sugestivas. Ese ángulo perfecto de tu cuello.

Y el perfume, tu perfume que me invade y posee.

Ya no estoy seguro pero creo que la culpa es de tu perfume.

Quiero besar(te), morder(te), chupar(te), lamer(te), jadear, tocar(te). Quiero sentirte y quiero que me sientas.

Se que vos también.

Pero debe ser ahora, en un ratito será tarde, no puedo esperar.

No se como se me ocurre abrir la puerta de la cabina. Me asomo, no hay nadie.

Me acerco a vos –despacio- y te digo –despacio- al oído: Vení.

No es una orden, no es un ruego, es una certeza, un hecho tangible.

Sin dejar de mirarme sonreís.

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