lunes, febrero 5

88 -segundos-


Al comenzar el día, cuando el sol es un tenue disco rojizo entre los edificios de la ciudad –un par de segundos- venís a mi.
Te colás por alguna mínima fisura de mi armadura y desde allí alborotás mis pensamientos.


En el medio de mi día una risa cualquiera, un gesto difuso o alguna palabra no determinada, quien sabe por que motivo, impacta en mi y trae tu imagen casi dolorosa -solo unos segundos-.


Cuando muere mi día, en esos magníficos instantes de calma entre la tarde y la noche, al mismo tiempo que la ciudad se pierde en la oscuridad, siento –siento- tus latidos y ocupás mis sentidos –unos pocos segundos- dejando tras de ti una casi invisible estela de recuerdos de gozo y risa.


Cuando la noche es reina y estoy escudado en el sopor del sueño sucede lo peor. Despierto agitado –alterado- rompiendo los silencios de esas horas con tu nombre arrojado al infinito sin llegar a convertirse en grito.
Se abre una profunda grieta en mi ajado corazón y mientras siento –siento- como se derrama la sangre, en ese momento me convenzo –un segundo nada mas- que olvidarte no será gratis.


Pagaré páramos de dolor para lograr tu destierro.