# 20
Second chance –ocho-
Hay algo mal.
No la termina de convencer. Se aleja unos pasos y hace memoria mientras escudriña cada detalle. Si alguien la viera en este momento la mandaría a un psiquiátrico sin remordimientos. En el atelier reina el caos mas desordenado de mundo, Ella está solo con una remera negra, larga y –por supuesto- con infinitas manchas de infinitas pinturas, hace casi 15 años que la usa cuando pinta, no hay lavarropas que pueda purificarla. La tenue claridad del alba que se avecina comienza a notarse en el enorme ventanal y deja ver mejor sus rasgos. San Telmo empieza a despedirse de una noche helada.
La concentración destaca sus pequeños ojos negros, los bucles castaños sobre la frente ceñida, la nariz –casi perfecta- pecosa, su boca pequeña que muerde sin pensar el pincel, ese aspecto de niña flacucha que nunca la abandona pese a sus treinta y pico, dos embarazos, una vida nada atlética y sus pésimas costumbres a la hora de comer. Unas pequeñas arrugas cerca de sus ojos y su boca dan fe que ha reído, mucho y con ganas, buena risa la que viene de adentro.
Se sienta y bebe un poco de jugo de pomelo, liquido imprescindible para Ella y uno de sus pocos vicios –no toma, no fuma, no inhala- sin dejar nunca de mirar al puma casi inmortalizado sobre el lienzo, hay algo que se le escapa.
Se da cuenta que es. Alborozada va hasta el cuadro en solo tres pasos-saltos de adolescente y da –casi sin prestarle atención- dos pinceladas finales, definitivas.
Se aleja de nuevo y examina todo con ojo crítico, para Ella es perfecto así, capta el lado mas oculto –salvaje-, la furia-fuerza contenida, la esencia y su naturaleza tal cual Ella recuerda.
Se sienta primero y una vez calmada la invade un sopor contra el que no quiere luchar, se recuesta sobre uno de los almohadones y sin darse cuenta como, se duerme con un solo pensamiento vagando en Ella.
El impiadoso disco de fuego sobre las terrazas no deja ver una estrellita que –incansable- brilla sin apagarse.
Descansa, sueña, sueña.
Ella suspira.
No la termina de convencer. Se aleja unos pasos y hace memoria mientras escudriña cada detalle. Si alguien la viera en este momento la mandaría a un psiquiátrico sin remordimientos. En el atelier reina el caos mas desordenado de mundo, Ella está solo con una remera negra, larga y –por supuesto- con infinitas manchas de infinitas pinturas, hace casi 15 años que la usa cuando pinta, no hay lavarropas que pueda purificarla. La tenue claridad del alba que se avecina comienza a notarse en el enorme ventanal y deja ver mejor sus rasgos. San Telmo empieza a despedirse de una noche helada.
La concentración destaca sus pequeños ojos negros, los bucles castaños sobre la frente ceñida, la nariz –casi perfecta- pecosa, su boca pequeña que muerde sin pensar el pincel, ese aspecto de niña flacucha que nunca la abandona pese a sus treinta y pico, dos embarazos, una vida nada atlética y sus pésimas costumbres a la hora de comer. Unas pequeñas arrugas cerca de sus ojos y su boca dan fe que ha reído, mucho y con ganas, buena risa la que viene de adentro.
Se sienta y bebe un poco de jugo de pomelo, liquido imprescindible para Ella y uno de sus pocos vicios –no toma, no fuma, no inhala- sin dejar nunca de mirar al puma casi inmortalizado sobre el lienzo, hay algo que se le escapa.
Se da cuenta que es. Alborozada va hasta el cuadro en solo tres pasos-saltos de adolescente y da –casi sin prestarle atención- dos pinceladas finales, definitivas.
Se aleja de nuevo y examina todo con ojo crítico, para Ella es perfecto así, capta el lado mas oculto –salvaje-, la furia-fuerza contenida, la esencia y su naturaleza tal cual Ella recuerda.
Se sienta primero y una vez calmada la invade un sopor contra el que no quiere luchar, se recuesta sobre uno de los almohadones y sin darse cuenta como, se duerme con un solo pensamiento vagando en Ella.
El impiadoso disco de fuego sobre las terrazas no deja ver una estrellita que –incansable- brilla sin apagarse.
Descansa, sueña, sueña.
Ella suspira.
<< Home