lunes, julio 31

# 24

Second chance –once-

Cuando traspasa el umbral siente calor, mucho calor.
Y cansancio, un poco.
Y miedo, aunque jamás lo admita, muchísimo miedo.

Está parado en un vestíbulo enorme, despojado, de un gris acerado. El efecto es que parece aún mas amplio.
Hay cuatro grandes puertas con una enorme lámina de alguna obra expuesta de cada sala. Mientras hace tiempo para calmarse y recobrar la temperatura normal juega a las adivinanzas, quiere darse cuenta cual es su sala sin leerlo. Intenta captar en unas pinceladas la naturaleza de esa adorable y caprichosa niña ahora mujer.
El que está mas cerca, a su izquierda es un desierto abrumador e inhóspito, pleno de ocres y amarillos arenosos, polvorientos.
A su lado, una típica escena campestre, el casco de una de las tantas estancias en la Pampa húmeda, unos trazos simples bastan para transmitir la placidez del campo.
En la tercera puerta un solitario lobo otea el horizonte gélido desde la cima de una colina salpicada de pinos. Colores fuertes, rasgos surrealistas, provocador, disonante, feo, por lo menos para él.
Por último una acuarela marina lo atrapa en un universo de azules y verdes, con brumas, borrascas y espumas. Vívido, le encanta el contraste de sensaciones; paz y calma aparente con un fondo apenas visible de tormentas demenciales y fuerzas ingobernables por ahora contenidas.

Ni hace falta que lo piense, descartando en cuestión de segundos las otras alternativas – la “galería del mar” lo tienta- entra en la sala del lobo, la que menos le gusta y la que –sin posibilidad de error- lleva grabada la impronta transgresora y rebelde de Carla.

Intenta controlar el pulso, pero todo se le viene encima, no está preparado para el impacto fulminante de esa batería de colores, contrastes y figuras sin forma. Cada cuadro tiene mil detalles que debe entrelazar para encontrarle sentido, debe estudiarlos.

Antes de dirigirse al primero (el lobo) da un vistazo al ambiente. No son muchos cuadros, máximo diez u once, música bastante fuerte –un blues primitivo, de plantación de algodón- y cierto olor a esos sahumerios que tan mal le caen.
Voces animadas.
Risas.

Sin perder mas el tiempo se detiene frente al cuadro y lo examina, trata de captar las palabras, canciones, sentimientos y recovecos de la obra, sus fuentes y lo que transmite Ella es poderoso, pese a que el estilo no lo cautiva. Sin resistirse demasiado queda atrapado en una invisible pero fortísima telaraña, disfruta cada minuto que le parece una eternidad, siente que puede envejecer allí, sintiéndola, acercándose de algún modo.
El último cuadro que mira es un óleo salvaje, básico, rudimentario y enigmático.
Era profundo, Jaime intuye –siente- sin saber el motivo, que proviene de territorio sagrado, de una Carla poco conocida, difícil de hallar en ese grado de pureza.
Queda fascinado, se distrae imaginándola mientras pinta y recordándola, de manera repentina siente que el pasado, que los años de deseo contenido, de entrega e idealización lo agobian, cobran vida y lo atacan con un sinfín de imágenes sin sentido.
Jaime no se da cuenta –ajeno a todo- de su grado de concentración, levita ausente mientras observa el pequeño cuadro del puma, parece hipnotizado por los ojos del gato.
Tocan su hombro mientras le dicen con suavidad en un inconfundible tono seductor “ lástima que no está a la venta”, Jaime gira despacio y ve a un cincuentón con pinta de chambón pero un innegable brillo de inteligencia e ironía en la mirada.
- ¿ Cómo ?
- Este cuadro divino no se vende, Ella lo quiere de vuelta en su casa la misma noche en que se cierra la expo. Solo con amenzas de muerte y tormentos indescriptibles logré que aceptara traerlo.

Jaime ríe, con ganas. Como siempre no tiene idea del efecto que genera su risa que invade la sala como un reguero de luz. Es una risa profunda, llamativa, estentórea, que cautiva por que viene de adentro, Jaime cierra las ojos mientras ríe y se relaja.

Por eso no la ve. No alcanza a notar el movimiento en la esquina, a su derecha, no escucha los grititos entusiasmados, no siente los pasos saltarines –casi infantiles- que se acercan a toda velocidad, con gestos nada estudiados.
No se da cuenta que se para detrás y se pone en puntas de pie para llegarle al cuello.
No sabe que está sonrojada, que el corazón le va a explotar de emoción, que se corre el flequillo hacia un lado, de la misma manera que lo hacía a los diecisiete.
Mucho menos que todos los miran, sonrientes ante lo inminente.
El único aviso –el inolvidable olor de su piel-le llega demasiado tarde, cuando ya Ella le tapa los ojos con las pequeñas manos, y mientras el cree que el universo se desmorona, que el sol explota en millones de fragmentos incandescentes, que el mundo se derrite, mientras su alma galopa descontrolada, muerta de miedo.
A oscuras disfruta con el mas profundo gozo el momento, siente su aliento contra el cuello, esa inconfundible risita - ¿ Puede alguien mantener la misma risa toda la vida ?- y su voz, esa voz, la deseada, la voz anhelada y nunca olvidada.
¿ A que no sabés quien soy, Jimmyyyyy ?

Ahora esta seguro, él tiembla.
Y Ella también.