miércoles, agosto 9

# 27

Second chance –doce bis-

No está humor, aunque no se le nota. Su sonrisa parece genuina.
Solo quienes la conocen bien como Guido (pronúnciese Güido ) pueden darse cuenta de su pésimo humor.
A Ella no le gusta “venderse”, prefiere que sus obras hablen por si mismas. Tampoco soporta estar en pose, ni los comentarios estúpidos sobre tal o cual estilo o influencia en sus pinturas.
Carla pinta lo que siente, simple. No vale la pena complicarse con teorías rebuscadas.
Por eso está en un rincón, perdida en sus pensamientos, viajando por nubes de melancolía.
Ausente sin irse, durmiendo despierta.
Soñando, recordando, divagando. Jugando con un revoltijo de pasado, presente y futuro sin llegar a ningún lugar.

Y, debe admitirlo, con esa sombra que la sigue desde el comienzo del otoño.
La de ellos es una historia rara –como todas- y plagada de brisas esquivas, pero siempre presentes. Por la cobardía –timidez ?- de Jaime, por la reacción fría de Ella, por las burlas implícitas, pero fundamentalmente por todo lo que no se dijo, lo que no se animaron a hacer, lo que los dos sabían que flotaba en el aire, envuelto en una suspiro, que no llegó a ventisca.
Ella siempre buscó el torbellino, el vendaval capaz de levantarlos por el aire y llevarlos hasta las estrellas mas alejadas. Admite que lo hizo de un modo un tanto “singular” –como toda mujer- lo provocó de manera constante y fría mucho tiempo, buscando una explosión furiosa, una reacción casi violenta. Pero Jaime sonreía resignado, dándose por perdido, una y otra vez. Era exasperante, sin ningún sentido.
¿ Cómo pudieron ser tan idiotas ? Ella vendería su alma por poder volver atrás y dejar de lado su orgullo de niña-por-todos-buscada para solo seguir su instinto, su corazón.
María, una de sus amigas mas queridas interrumpe con un sonoro beso, y la baja de la estratosfera.
Presa de una incontinencia verbal poco común, María se dedica a exacerbar las actitudes y poses de cada uno de los presentes. Nadie se salva, ni siquiera Carla y mucho menos Guido.
Ahora hay risas en su rincón.
Le llama la atención el repentino silencio de María, que está mirando atentamente a un recién llegado, desde donde está Carla solo ve su espalda –sólida- y un aspecto ligeramente familiar, sin dudas es interesante pues María solo calla cuando ve un tipo atractivo y cuando llora.
Intrigada, Carla trata de verle la cara al fulano sin éxito, le sigue pareciendo conocido por algo, pero no sabe que es. Traje oscuro de buen corte, impermeable –sin duda inglés-, una pocas canas y buen porte es todo lo que logra pescar entre la gente.
María sigue con las macanas de siempre pero sin perderle pisada, Guido también lo nota y, con su mejor cara de boludo, se acerca.
Fulano se quedó muy quieto mirando el cuadro preferido de Carla, el del puma. Por un momento Carla se distrae pensando en la discusión esteril sobre la no-venta del cuadro, pero vuelve a hacer foco en Fulano, algo tiene que acelera su pulso.
Está tratando de descubrirlo pero sigue de espaldas a Ella, Guido comienza su ataque y Fulano se ríe con fuerza, es una risa conocida, cercana, disfrutada, tan extrañada que le duele.
Después de un segundo boquiabierta no puede –no quiere- controlar su alegría y –alborozada- se acerca a Jaime en segundos, de un modo adolescente le tapa los ojos y casi le susurra en el oído una inocente pregunta –risueña-.
Si bien disfruta esos segundos se muere por verlo, está al borde de un desmayo.
Jaime se da vuelta mientras ríe, la toma de los hombros y la mira directo a los ojos, llegando en un instante a “su” escondite mas profundo y recóndito.
¿ Puede alguien tener la misma mirada toda la vida ?
Sin hablar se dijeron todo, o casi.