# 32
Second chance –diecisiete-
“Yo no se todavía,
lo que me hiciste sentir,
Es como la fiebre cuando quema.”
Las Pelotas.
“Yo no se todavía,
lo que me hiciste sentir,
Es como la fiebre cuando quema.”
Las Pelotas.
Se despierta despacio, en calma, en paz.
Vuelve a la vida con un tentador olorcito a café y el ruido de la ducha.
Se sienta en la cucheta y siente jirones de aire fresco –empapado de río- que entran por el tambucho de proa.
Carla sale del baño con una remera azul desteñida y unos bermudas destruidos, ropa vieja, deslucida, muy grande para Ella y sin embargo a Jaime le encanta. Se ve bien, cómoda, relajada, feliz.
Sus ojos vivaces lo buscan sin interrogarlo.
Mientras se baña piensa lo extraño que es pasar una noche entera, a solas, con una mina que lo vuelve loco, sin que pase nada de nada.
Se ducha con agua casi fría y en dos minutos, a ver si lograba despabilarse.
Una vez seco se pone un jean desflecado y una remera verde abandonada hace años.
Sonríe al escuchar como canta Ella una canción de Café Tacaba, que por razones desconocidas a el le parece extemporánea, igual le gusta.
Carla le da un tazón humeante y acaricia su mano, su brazo, su hombro, su cuello.
El aire parece transformarse y cargarse de una energía poderosa e ingobernable, presagiando tormentas de miedo.
Jaime deja a un lado la taza, pasa los brazos por debajo de la remera de Ella y le acaricia la espalda, suave pero algo tosco, torpe.
El siente el impacto impiadoso de la urgencia.
Carla lo mira con cara de vicio y, sin dejar de darle besos en el cuello le dice todo, casi sin hablar.
Se comen a besos, la ropa vuela y ellos se sienten, se viven, se embriagan.
Sonidos, olores, jadeos, gemidos, muchos besos, sonrisas, palabras complices y miles de miradas.
Lo nunca dicho.
Todo confluye allí, ahora. El mundo podría desaparecer sin que les importe.
Solo son ellos dos, vivos, juntos, cerca.
Dos cuerpos contándose lo que dos almas no saben como decir.
Y finalmente tiemblan.
Vuelve a la vida con un tentador olorcito a café y el ruido de la ducha.
Se sienta en la cucheta y siente jirones de aire fresco –empapado de río- que entran por el tambucho de proa.
Carla sale del baño con una remera azul desteñida y unos bermudas destruidos, ropa vieja, deslucida, muy grande para Ella y sin embargo a Jaime le encanta. Se ve bien, cómoda, relajada, feliz.
Sus ojos vivaces lo buscan sin interrogarlo.
Mientras se baña piensa lo extraño que es pasar una noche entera, a solas, con una mina que lo vuelve loco, sin que pase nada de nada.
Se ducha con agua casi fría y en dos minutos, a ver si lograba despabilarse.
Una vez seco se pone un jean desflecado y una remera verde abandonada hace años.
Sonríe al escuchar como canta Ella una canción de Café Tacaba, que por razones desconocidas a el le parece extemporánea, igual le gusta.
Carla le da un tazón humeante y acaricia su mano, su brazo, su hombro, su cuello.
El aire parece transformarse y cargarse de una energía poderosa e ingobernable, presagiando tormentas de miedo.
Jaime deja a un lado la taza, pasa los brazos por debajo de la remera de Ella y le acaricia la espalda, suave pero algo tosco, torpe.
El siente el impacto impiadoso de la urgencia.
Carla lo mira con cara de vicio y, sin dejar de darle besos en el cuello le dice todo, casi sin hablar.
Se comen a besos, la ropa vuela y ellos se sienten, se viven, se embriagan.
Sonidos, olores, jadeos, gemidos, muchos besos, sonrisas, palabras complices y miles de miradas.
Lo nunca dicho.
Todo confluye allí, ahora. El mundo podría desaparecer sin que les importe.
Solo son ellos dos, vivos, juntos, cerca.
Dos cuerpos contándose lo que dos almas no saben como decir.
Y finalmente tiemblan.
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