# 38
Second chance –Diecinueve-
“No seas tan cruel,
No busques mas pretextos”
Soda Stereo, hace siglos miles.
Fabiana Cantilo, hace poco.
La hora de la verdad siempre llega, el péndulo del tiempo es un verdugo imposible de conmover o desviar.
Antes de levantarse Carla le da un beso –muy tierno- con los ojos cerrados.
Se sienta de espaldas a él y le pide que no la interrumpa.
Habla de ideales, de inocencia, de amor, de locura y cordura. De recuerdos y realidades.
Jaime deja de escuchar con claridad y coherencia con un “no nos podemos ver de nuevo, jamás” después de eso todo es borroso, aunque retumban adioses, imposible, nunca, tu vida, mi vida.
Argumentos estériles, excusas y pretextos. Cada palabra esgrimida contradice lo que sus cuerpos – y sus almas- se dijeron todo el día.
Son otros, es imposible volver atrás.
Carla no quiere llorar, no quiere decir adiós, quiere irse sola y en silencio, ahora.
Jaime se viste y se sienta en la proa, las piernas colgando sobre el río sin llegar a mojarse, ausente del mundo real mira sin brillo el horizonte.
Una tenue e insistente llovizna lo empapa y ayuda a disimular sus lágrimas.
Prende un cigarrillo y lo fuma, tranquilo por fuera y con toda su alma alerta, esperando una señal, una palabra susurrada sin querer, un signo casi invisible, un suspiro fugaz, que no llegan.
Desafiando todas las leyendas de mar y río, en el exacto momento en que muere el sol una racha errática y caprichosa ataca con furia alborotando las aguas del puerto.
Unos minutos después no queda nada. Jaime quiere –necesita desesperadamente- creer que no fue un sueño tramposo, una emboscada artera de su imaginación.
Se fuma otro cigarrillo mientras espera que el temblor se esfume tras ella.
“No seas tan cruel,
No busques mas pretextos”
Soda Stereo, hace siglos miles.
Fabiana Cantilo, hace poco.
La hora de la verdad siempre llega, el péndulo del tiempo es un verdugo imposible de conmover o desviar.
Antes de levantarse Carla le da un beso –muy tierno- con los ojos cerrados.
Se sienta de espaldas a él y le pide que no la interrumpa.
Habla de ideales, de inocencia, de amor, de locura y cordura. De recuerdos y realidades.
Jaime deja de escuchar con claridad y coherencia con un “no nos podemos ver de nuevo, jamás” después de eso todo es borroso, aunque retumban adioses, imposible, nunca, tu vida, mi vida.
Argumentos estériles, excusas y pretextos. Cada palabra esgrimida contradice lo que sus cuerpos – y sus almas- se dijeron todo el día.
Son otros, es imposible volver atrás.
Carla no quiere llorar, no quiere decir adiós, quiere irse sola y en silencio, ahora.
Jaime se viste y se sienta en la proa, las piernas colgando sobre el río sin llegar a mojarse, ausente del mundo real mira sin brillo el horizonte.
Una tenue e insistente llovizna lo empapa y ayuda a disimular sus lágrimas.
Prende un cigarrillo y lo fuma, tranquilo por fuera y con toda su alma alerta, esperando una señal, una palabra susurrada sin querer, un signo casi invisible, un suspiro fugaz, que no llegan.
Desafiando todas las leyendas de mar y río, en el exacto momento en que muere el sol una racha errática y caprichosa ataca con furia alborotando las aguas del puerto.
Unos minutos después no queda nada. Jaime quiere –necesita desesperadamente- creer que no fue un sueño tramposo, una emboscada artera de su imaginación.
Se fuma otro cigarrillo mientras espera que el temblor se esfume tras ella.
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