# 54
Second chance –Veintiocho-
Para odiar hay que querer
para destruir hay que hacer
y estoy orgulloso de quererte romper
la cabeza contra la pared
Intoxicados
Para odiar hay que querer
para destruir hay que hacer
y estoy orgulloso de quererte romper
la cabeza contra la pared
Intoxicados
Levy está furioso, fuera de si.
Pocas veces se descontrola y cuando sucede es una explosión de furia ingobernable, cualquier cosa puede pasar, cualquiera puede morir, es un punto de no retorno.
Al leer el sms de ese infeliz se deja llevar por el odio, tira el celular al piso y lo patea desintegrándolo contra una de las paredes.
No es suficiente descarga, gira, en dos pasos se acerca a Ella y le da patadas hasta sentir que su enojo se diluye –un poco-.
Se aleja de Carla y se sienta en el living sin darse cuenta que mancha la lujosa alfombra con sangre. Repasa mentalmente las últimas horas.
Cuando Levy y Carla se conocieron, él –enamorado hasta la médula- se prometió mantener a Carla en su estado de pureza, mas tarde lo siguió haciendo. Su familia siempre estuvo fuera de “la empresa”, para todos ellos Levy era solo un hombre de negocios mas.
Era un enorme trabajo, de 9 a 19 era un cruel y sanguinario déspota criminal, tenía en sus manos vidas y almas de mucha gente, estaba siempre presente en la trastienda del poder, esquivando la verdad y la justicia. No solo mantuvo el discreto poder de su padre sino que lo eclipsó en mucho, eliminó a su principal competidor, rociando con gas mostaza la pequeña isla en la que veraneaba el brasileño. Con muy pocas bajas (el pueblito de pescadores vecino a la fazenda no llegaba a 100 habitantes) se adueño de la región. Aceitó contactos con la CIA, la ANS, y afianzó aliados estratégicos de Estados Unidos. Por eso lo apañaban y lo aceptaban como un mar menor frente a los zares de la droga colombiana.
Pero su casa era inmaculada, allí era el tipo mas amable, atento y cariñoso del mundo.
Jamás trabajaba en casa, solo era un esposo amoroso, un padre tierno, un hombre sensible, de buen humor, bromista. Era perfecto.
Se desvivió para hacerlo, el crimen se lleva mejor con la oscuridad de la noche, por lo que debió imponer el cambio de costumbres a gente dura. Valió la pena.
Era su oasis, solo con los problemas típicos de cualquier hogar, había imperfecciones pero era absolutamente estanco a su “otra vida”. Siempre fue así. Hasta que apareció el idiota este que destruyó todo eso en una noche. Pulverizó su “paraíso” dejandolo hecho trizas sin culpa ni conciencia.
Sin embargo no todo estaba perdido, lo mataría –obvio- e intentaría “reconquistar” a Carla como si nada hubiera pasado. Eso lo calmaría.
Entonces surgió lo imprevisible, de forma inesperada el tipito se las rebuscó para salir ileso de la explosión, capturó a dos experimentados agentes de la SIDE, lo dejó en evidencia con Carla, provocó un sismo de consecuencias inesperadas en su mundo y desapareció como si nada. Ni una huella del maldito y su familia.
Levy era una cobra herida sin víctimas a mano para envenenar.
Entonces llegó Carla. No se hizo la tonta, lo enfrentó, le recriminó su vida, sus secretos.
Como si tuviera derecho después de lo que había hecho la muy puta. ¿Ella traicionada?
Lo que lo desequilibró fue el anunció que no vería de nuevo a sus hijos, estaban a salvo y lejos de su alcance.
Cuando Levy le dijo que sabía con exactitud donde había escondido Guido a los chicos y que sus hombres los sacarían de allí ese mismo día Carla le dio un bife que lo aturdió. Lo que provocó su ira fue la mirada de odio y desprecio, su mujer no tenía conciencia del dolor, de la inmensa herida que lo desangraba. Tampoco tenía conciencia de lo sádico y violento que él podía ser.
Ante el primer golpe ella lo miró –extrañada- , no podía creerlo.
No trató de defenderse, solo huir. Pero la catarata de golpes y patadas la demolió, Levy siguió pegando hasta darse cuenta que Ella no se movía, ni se quejaba. Nada.
El sonido del celular hace volver a la realidad a Levy.
Ya saben donde está el tipo, van por él.
Ni siquiera se da vuelta para mirarla, para despedirse. Sale con apuro.
Es tiempo de cacería.
De muerte, destrucción, sufrimiento, dolor y sangre.
Es la hora de su venganza.
Pocas veces se descontrola y cuando sucede es una explosión de furia ingobernable, cualquier cosa puede pasar, cualquiera puede morir, es un punto de no retorno.
Al leer el sms de ese infeliz se deja llevar por el odio, tira el celular al piso y lo patea desintegrándolo contra una de las paredes.
No es suficiente descarga, gira, en dos pasos se acerca a Ella y le da patadas hasta sentir que su enojo se diluye –un poco-.
Se aleja de Carla y se sienta en el living sin darse cuenta que mancha la lujosa alfombra con sangre. Repasa mentalmente las últimas horas.
Cuando Levy y Carla se conocieron, él –enamorado hasta la médula- se prometió mantener a Carla en su estado de pureza, mas tarde lo siguió haciendo. Su familia siempre estuvo fuera de “la empresa”, para todos ellos Levy era solo un hombre de negocios mas.
Era un enorme trabajo, de 9 a 19 era un cruel y sanguinario déspota criminal, tenía en sus manos vidas y almas de mucha gente, estaba siempre presente en la trastienda del poder, esquivando la verdad y la justicia. No solo mantuvo el discreto poder de su padre sino que lo eclipsó en mucho, eliminó a su principal competidor, rociando con gas mostaza la pequeña isla en la que veraneaba el brasileño. Con muy pocas bajas (el pueblito de pescadores vecino a la fazenda no llegaba a 100 habitantes) se adueño de la región. Aceitó contactos con la CIA, la ANS, y afianzó aliados estratégicos de Estados Unidos. Por eso lo apañaban y lo aceptaban como un mar menor frente a los zares de la droga colombiana.
Pero su casa era inmaculada, allí era el tipo mas amable, atento y cariñoso del mundo.
Jamás trabajaba en casa, solo era un esposo amoroso, un padre tierno, un hombre sensible, de buen humor, bromista. Era perfecto.
Se desvivió para hacerlo, el crimen se lleva mejor con la oscuridad de la noche, por lo que debió imponer el cambio de costumbres a gente dura. Valió la pena.
Era su oasis, solo con los problemas típicos de cualquier hogar, había imperfecciones pero era absolutamente estanco a su “otra vida”. Siempre fue así. Hasta que apareció el idiota este que destruyó todo eso en una noche. Pulverizó su “paraíso” dejandolo hecho trizas sin culpa ni conciencia.
Sin embargo no todo estaba perdido, lo mataría –obvio- e intentaría “reconquistar” a Carla como si nada hubiera pasado. Eso lo calmaría.
Entonces surgió lo imprevisible, de forma inesperada el tipito se las rebuscó para salir ileso de la explosión, capturó a dos experimentados agentes de la SIDE, lo dejó en evidencia con Carla, provocó un sismo de consecuencias inesperadas en su mundo y desapareció como si nada. Ni una huella del maldito y su familia.
Levy era una cobra herida sin víctimas a mano para envenenar.
Entonces llegó Carla. No se hizo la tonta, lo enfrentó, le recriminó su vida, sus secretos.
Como si tuviera derecho después de lo que había hecho la muy puta. ¿Ella traicionada?
Lo que lo desequilibró fue el anunció que no vería de nuevo a sus hijos, estaban a salvo y lejos de su alcance.
Cuando Levy le dijo que sabía con exactitud donde había escondido Guido a los chicos y que sus hombres los sacarían de allí ese mismo día Carla le dio un bife que lo aturdió. Lo que provocó su ira fue la mirada de odio y desprecio, su mujer no tenía conciencia del dolor, de la inmensa herida que lo desangraba. Tampoco tenía conciencia de lo sádico y violento que él podía ser.
Ante el primer golpe ella lo miró –extrañada- , no podía creerlo.
No trató de defenderse, solo huir. Pero la catarata de golpes y patadas la demolió, Levy siguió pegando hasta darse cuenta que Ella no se movía, ni se quejaba. Nada.
El sonido del celular hace volver a la realidad a Levy.
Ya saben donde está el tipo, van por él.
Ni siquiera se da vuelta para mirarla, para despedirse. Sale con apuro.
Es tiempo de cacería.
De muerte, destrucción, sufrimiento, dolor y sangre.
Es la hora de su venganza.
<< Home