miércoles, septiembre 27

# 45



Después de mirar lo imponente que es Buenos Aires bajo la lluvia -mas desde un piso 26- me tenté, volví a mi escritorio, revisé la agenda, pasé una reunión para el jueves y argumenté a viva voz sentirme mal, muy mal.
Sin esperar ecos a mi declaración unilateral huí raudo de esa autómata prisión de hierro y vidrio.
Tardé menos de 25 minutos de manejo tranquilo en llegar al club, estacioné, dejé saco y corbata, zapatos y medias en el auto.
Caminé tranquilamente hasta el sollado disfrutando de la lluvia sobre la cara y el pasto mojado bajo mis pies.
Nadie me miró, hace años que mi apodo era “el loco de la lluvia” y ni en los inicios me importó un carajo, allá ellos.
Miguel me saludó como si me estuviera esperando hace horas y fue a preparar el viejo grumete para salir.
En el bar me comí un sándwich de crudo y tomate, con coca y limón.
Un café cargado.


Ya en la amarra me puse el viejo camperón azul –sus heridas “curadas” con tape plateado- ese que nunca dejé que mi mujer tirara o regalara, por mas impresentable que parezca, el viejo compañero de travesías desde el 88.
Un empujón potente alejó el barco un par de metros de la marina mientras izaba el foque y tomaba velocidad, al llegar al canal icé rápido la mayor y cacé la escota para aprovechar la racha.
En menos de cinco minutos había virado la farola, ya en aguas del Río de la Plata sentí los embates de la sudestada y comencé a disfrutar en serio.
El culo en la borda, el barco bien adrizado y la idea de llegar hasta ciudad universitaria en un solo borde, entrecerrando un poco los ojos para ver bien.
Hice firme las escotas, mantuve un minuto la caña del timón con las piernas mientras prendí un cigarrillo –cosa nada fácil con mucho viento y olas- , volví a la posición original y viví el viento en la cara, el agua salpicando, las olas desafiantes, algún que otro trueno y el amado ruido del viento sobre las velas.
Y me olvidé.
Del mundo,
la oficina,
el tiempo y el reloj,
la presión,
la plata,
la vida, -o la muerte, como quieras-,
olvidé todo y nada.
Y estoy seguro –casi- que por un instante,
por un segundo eterno y grandioso,
me olvidé de ella.
Me olvidé de vos.
Te olvidé.