# 46
Second chance –Veinticinco-
Estoy parado en la muralla que divide
Todo lo que amé de lo que amaré
Los enanitos verdes.
Estoy parado en la muralla que divide
Todo lo que amé de lo que amaré
Los enanitos verdes.
No puede dejar de llorar, su alma clama por un poco de paz.
Carla siempre supuso que su marido no era un santo.
Pero hasta ese día creía que estaba mezclado con algunos políticos turbios, lavando fondos de sus campañas y negociados.
Jamás hubiera creído posible que está casada con un asesino, un criminal.
Si bien debajo de su perfección y su ternura percibía una veta de hielo y metal, nunca imaginó la terrible brecha entre los dos mundos de Levy.
Está desvastada pero entera, sacando fuerzas por sus hijos, por ella, por todo.
No tiene muchas opciones, solo puede apelar a que el amor de Levy por sus hijos se imponga sobre todo lo demás.
Llama a su mamá, le cuenta. Asombro, miedo, desconcierto y debajo de todo eso el coraje de toda madre para sus hijos. ¿ Cómo te puedo ayudar ?
Le pide que busque a los chicos y que los lleve a lo de Guido, y que después de eso espere sin hacer nada.
Luego habla con Guido, el único amigo a quien puede entregar su alma y sus hijos sin dudarlo.
Le explica entre sollozos y el suspiro paciente de él le indica que ya sabía, que suponía un desenlace no civilizado. Necesita un lugar donde dejar a los chicos escondidos un tiempo, puede ser peligroso y es urgente. Como suponía no pone reparos, se despiden con inmenso amor.
Espera nerviosa en la esquina de su casa sin bajar del taxi hasta que llega su madre y entra.
Los minutos se estiran –tortuosos- hasta que salen todos, disimulando sus lágrimas besa, abraza y mira a cada uno de los chicos. Después le da un abrazo desarmado a su mamá y se para quietita en la vereda hasta que el auto se pierde de vista.
Camina una cuadra hasta la YPF donde compra cigarrillos y encendedor.
Tiembla tanto que le cuesta mucho prender el cigarrillo. Da vueltas sin prisa hasta recibir el llamado de Guido, se va de Buenos Aires con sus hijos, la tranquiliza y la consuela, minimiza el riesgo que asume y hasta logra que ría un poco.
Sacando fuerzas no sabe de donde camina con paso firme a la casa, abre la puerta y se dirige al living para hablar con Levy.
Siente mucho miedo, pero inexplicablemente ya no tiembla.
Carla siempre supuso que su marido no era un santo.
Pero hasta ese día creía que estaba mezclado con algunos políticos turbios, lavando fondos de sus campañas y negociados.
Jamás hubiera creído posible que está casada con un asesino, un criminal.
Si bien debajo de su perfección y su ternura percibía una veta de hielo y metal, nunca imaginó la terrible brecha entre los dos mundos de Levy.
Está desvastada pero entera, sacando fuerzas por sus hijos, por ella, por todo.
No tiene muchas opciones, solo puede apelar a que el amor de Levy por sus hijos se imponga sobre todo lo demás.
Llama a su mamá, le cuenta. Asombro, miedo, desconcierto y debajo de todo eso el coraje de toda madre para sus hijos. ¿ Cómo te puedo ayudar ?
Le pide que busque a los chicos y que los lleve a lo de Guido, y que después de eso espere sin hacer nada.
Luego habla con Guido, el único amigo a quien puede entregar su alma y sus hijos sin dudarlo.
Le explica entre sollozos y el suspiro paciente de él le indica que ya sabía, que suponía un desenlace no civilizado. Necesita un lugar donde dejar a los chicos escondidos un tiempo, puede ser peligroso y es urgente. Como suponía no pone reparos, se despiden con inmenso amor.
Espera nerviosa en la esquina de su casa sin bajar del taxi hasta que llega su madre y entra.
Los minutos se estiran –tortuosos- hasta que salen todos, disimulando sus lágrimas besa, abraza y mira a cada uno de los chicos. Después le da un abrazo desarmado a su mamá y se para quietita en la vereda hasta que el auto se pierde de vista.
Camina una cuadra hasta la YPF donde compra cigarrillos y encendedor.
Tiembla tanto que le cuesta mucho prender el cigarrillo. Da vueltas sin prisa hasta recibir el llamado de Guido, se va de Buenos Aires con sus hijos, la tranquiliza y la consuela, minimiza el riesgo que asume y hasta logra que ría un poco.
Sacando fuerzas no sabe de donde camina con paso firme a la casa, abre la puerta y se dirige al living para hablar con Levy.
Siente mucho miedo, pero inexplicablemente ya no tiembla.
<< Home