jueves, octubre 5

# 49

Second chance –Veintiséis-

No se que quiero pero se lo que no quiero,
se lo que no quiero, y no lo puedo evitar,
puedo seguir escapando y aun lo estoy pensando,
lo estoy pensando pero estoy cansado de pensar;

Andrés Calamaro.


La fuerza de las mareas es increíble. Predecibles pero incontrolables.
Jaime está perdido en sus pensamientos, enfrentando y tratando de dimensionar la fuerza de las corrientes ocultas muy por debajo de las calmas aguas de la superficie.
Ana no le habla, está “durmiendo” con los chicos, pero el mensaje de sus ojos cuando escuchó toda la historia fue durísimo.
Está dolido, con culpa pero concentrado en ponerlos fuera de peligro.
Cuando su mente divaga, siempre toma el mismo rumbo: Carla.
Una encrucijada nada fácil para cualquiera, agravada por el reguero de muerte, maldad y violencia que rodea el mundo de Levy.

Vuelve a la realidad, va a tener todo el día para reflexionar, ahora no puede dejar de estar alerta.
Se muere de ganas de fumar, pero en la penumbra -solo interrumpida por los destellos de las boyas del canal- hasta la brasa del cigarrillo puede ser delatora.
No ha perdido su exactitud, Conchillas está a la vista y aún resta hora y media para que el cielo empiece a aclarar.
Si bien no cree que vigilen ese puerto no quiere correr riesgos, en pocos movimientos baja la mayor y la hace firme a la botavara, con el foque tendrá suficiente velocidad pero será mas sigiloso.

Para alguien mas “novato” sería casi imposible entrar al arroyo de noche y sin motor, pero Jaime prácticamente aprendió a navegar ahí.
Distingue la forma difusa de la escollera y el barco hundido que asoma apenas entre las aguas unos metros mas al norte.
Se pasa unos cien metros del barco y vira a estribor hasta hacer proa directa a la puerta del almacén cuya tenue luz amarillenta se distingue bien, cuando solo faltan quince metros vira a babor y navega perpendicular a la orilla hasta distinguir la pequeña desembocadura del arroyo, se pasa veinte metros y enfila la proa directo hacia el estrecho cauce. Entran, Jaime no pierde sus mañas, ni siquiera tocaron arena.
Los árboles le restan fuerza al viento, igual se las ingenia para seguir con poca estropada y en absoluto silencio hasta pasar el club.
Tira el fondeo por la popa y corre, dejar caer el foque y de un salto llega a la orilla, allí evita que el barco toque y hace firme el cabo a un árbol. Son invisibles desde río abierto y desde la ruta también, perfecto.
Le dice a su mujer – su mujer ?- que no salgan del barco, él volverá en no mas de media hora.

Camina hacia la ruta y en la bifurcación hacia el pueblo lo esperaba –justo donde debía- una camioneta con un par de hombres menos sombríos de lo que él esperaba.
Pocas palabras, saludos sin sonrisas ni compromiso, se sube van al barco a buscar a los demás.
Diez minutos después estaban ya en la ruta saliendo del pueblo rumbo a una pequeña pista privada a pocos kilómetros en donde los esperaba un avión de Franchesco en el que se irían del país.

Cuando llegan, mientras los hombres cargan las pocas valijas Ana se aparta con Jaime.

- Adonde vamos ?
- Franchesco dijo que en Cerdeña ni siquiera un tipo como Levy lo puede desafiar.
- Esto que te voy a decir es al pedo, es obvio que vas a volver a Ella…
- Ana…
- NO ME INTERRUMPAS, por favor ! Ya bastante difícil es hablar esto para mi. Tenés que elegir, ahora. Si subís al avión no será un lecho de rosas recomponer lo nuestro, pero podemos hacer el esfuerzo. Si te quedas acá, cerrarás una puerta que no se abrirá nuevamente. Otro día no golpees, estará cerrada.
Es tu decisión
, yo voy a estar en el avión.

El beso, frío e impersonal, y una mirada cargada de odio, de resignación por tantos años junto a él para descubrir que nunca fue realmente amada.
Podía perdonar la traición, pero no la indiferencia y el rechazo de su alma.

Ya está todo dicho. Jaime se toma su tiempo para hablar con los chicos, abrazar a cada uno y prometerles que pronto se verían.
Tuvo que hacer fuerza para no llorar frente a ellos.

Despegar no les lleva mas que diez minutos, ya el rugir de las hélices no se oye, el pequeño avión es un puntito perdido en el cielo que empieza a aclararse. Sabe que en dos horas estarán en una pista secreta en Brasil haciendo un trasbordo al Lear que los llevaría directo a Cerdeña.

Ellos están a salvo, pero Jaime está (y estará) torturado eternamente, sigue mirando el cielo aunque ya no hay nada.

Prende un cigarrillo –por fin- y camina hacia el arroyo, el regreso hasta el barco por allí será largo y dificultoso, pero se asegura que nadie vea a un extraño en el pueblo.

No tiene apuro, recién al amparo de la noche puede regresar a Buenos Aires.
Durante todo el día pensará como hacerle frente a Levy.
Tiene que hacerlo.
Por él.
Por ella.